INTRODUCCIÓN
Todavía hoy es habitual definir al hombre como “animal racional”. Según esa descripción tradicional, lo que nos distinguiría de los animales superiores no sería lo genérico (lo animal), sino la diferencia específica (lo racional). De acuerdo con este aserto clásico, habría que buscar y dar razón de multitud de afinidades entre el hombre y los animales a nivel corpóreo, mientras que la diversidad radical entre ambos descansaría -aunque solo para algunos, pues otros también la ponen en duda- en el elemento inmaterial, pues es tradicionalmente aceptado que lo racional (la inteligencia y la voluntad) carece de soporte orgánico. No vamos a defender en este trabajo esa tesis clásica ni tampoco a cuestionar las modernas, pues el tema que nos ocupa ahora no es la razón o el espíritu humano, sino exclusivamente las funciones vegetativas de su corporeidad2.
Por eso, es en el ámbito de lo vegetativo -es decir, el más básico del nivel corpóreo [1]3– donde se pregunta si la distinción entre el hombre y el animal es solo de grado o, más bien, es radical. Para buscar esa distinción entre ambos vivientes, se podría atender a los sentidos humanos (externos e internos) o a los apetitos sensibles que siguen a aquellos; incluso a los afectos sensibles, etc. No obstante, tampoco es este nuestro actual cometido. En efecto, no vamos a atender a la sensibilidad humana, a las tendencias, a los sentimientos sensibles, etc., sino únicamente a las funciones más elementales de un ser vivo: las vegetativas. Además, en el caso de que las aludidas facultades sensibles (sentidos, apetitos, etc.) fuesen esencialmente distintas en el hombre y en los animales, es claro que todas ellas tienen en su base funciones vegetativas. Por tanto, es pertinente preguntar si en este nivel mínimo existen distinciones fundamentales o solo de matiz entre el hombre y los animales.
Por otra parte, atenderemos también a los movimientos corporales humanos, que son distintos de las funciones vegetativas. En cuanto a estos, cabe preguntar, por una parte, si son inferiores o superiores a la sensación, apetito y afecto sensibles. Por otra parte, cabe cuestionar si entre la movilidad humana y la animal se dan únicamente pequeñas variaciones, casi despreciables o, por el contrario, estamos asimismo ante distinciones nucleares. En los breves apartados que siguen indagaremos, en primer lugar, si existen distinciones de carácter vegetativo entre ambos seres y, en segundo lugar, si las hay en los movimientos. Para ello previamente se expondrá qué y cuáles son las funciones vegetativas y qué y cuáles son los movimientos. También habrá que dar cuenta de un implícito, a saber: si los movimientos son superiores o inferiores a las funciones vegetativas. Al final, se procederá a exponer sintética y esquemáticamente las conclusiones de este trabajo.
LAS FUNCIONES VEGETATIVAS
Como se ha indicado, las vegetativas son las funciones básicas de todo ser viviente (vegetal, animal o humano). Son, además, las que precisamente distinguen a un ser viviente de un ser inerte4. Como se recordará, Aristóteles describió al alma como principio intrínseco de operaciones5, término que siempre se ha tomado como sinónimo de vida. Ahora bien, si vida y alma son equivalentes, plantas y árboles también tienen un alma, porque están vivas. Con todo, la vegetal es un alma o vida peculiar, muy distinta -por inferior- de la sensible y, por supuesto, de la humana. Ahora bien, la sensible y la humana también disponen de vida vegetativa. Por eso El Estagirita consideraba que la vida vegetativa es común a estos tres tipos de seres vivos6. Además, desde él, se considera que la vida vegetativa está conformada exclusivamente por tres funciones: la nutrición, la reproducción celular y el desarrollo7.
Como es sabido, la vida vegetativa comporta un movimiento vital que transforma en su propia vida lo inerte o lo vivo, de cara a seguir viviendo y a crecer. Por una parte, asimila lo distinto (nutrición); por otra, reduplica lo propio tras la maduración de sus células (reproducción celular); y todo ello con vistas a desarrollar su propia vida especializándola en determinadas direcciones, todas ellas ordenadas entre sí (desarrollo)8. No es, pues, la vida vegetativa una acción-reacción, como los movimientos físicos, tal como se da, por ejemplo, en el impulso que recibe una pelota de tenis al ser golpeada por la raqueta de un jugador, sino una incorporación de lo externo a sí, transformándolo en su propia vida, y educiendo de ello más vida. Las funciones vegetativas son las que tienen por objeto el mismo cuerpo9, vivificado y ordenado por ese principio vital (al que tradicionalmente se denomina alma)10. Se trata, pues, de tres funciones jerárquicamente distintas vinculadas entre sí por una neta subordinación de la inferior a la superior. Este orden de menos a más es el siguiente, según la filosofía medieval: nutrición, desarrollo y reproducción11
Lo propio de estas funciones es que su fin permanece en el propio ser vivo, no en algo externo. En esto tales funciones se distinguen de los demás movimientos de la realidad física inerte, pues estos últimos son procesales, transitivos, y terminan en algo externo (ej. escribir, pintar, cocinar, etc.). Un movimiento transitivo no posee en sí el efecto o término de la acción. Al serrar -el ejemplo es de Tomás de Aquino [7, 9]12-, mientras dura tal acción, no se posee la madera serrada, y cuando se posee el efecto de la acción, la madera cortada, de la acción no queda ni rastro; además, no se sigue serrando. Al edificar -ejemplo de Aristóteles [4, 10, 11]13-, no se tiene todavía la casa construida, y cuando se termina el edificio se cesa de edificar. Al pintar un lienzo, el cuadro es el efecto externo, que no lo posee la acción artística de pintar. En cambio, al alimentarse, el alimento se transforma intrínsecamente en vida de la propia vida, se sigue viviendo y se crece vitalmente. Al madurar una célula, esta se divide y procede a la multiplicación intrínseca del organismo. A la par, esa multiplicación celular interna es diferenciada según tipos de células.